
Auténtica como su gente; atractiva como sus playas; sorprendente como sus museos; contrastante como su naturaleza y admirable como su cultura, Trinidad es síntesis de riquezas.
Heterogénea mezcla de razas y conocimientos, de estilos y ritmos, de olores y sabores, esta ciudad mágica impone su encanto y esparce por el mundo ese susurro provocativo que, cada día, atrae a más visitantes ávidos por vivirlo plenamente.
Desandar sus calles es coexistir en tiempo y espacio con un pasado admirable que se distingue en la arquitectura y en su memoria, que vive apegada a los elementos artísticos que sobresalen de sus construcciones. Disfrutar su cultura es adentrarse en el alma misma de una villa hermosa y cambiante, que se desdobla en playa, montaña, baile, música, tradiciones y arte culinario.
Su naturaleza es un verdadero paraíso natural y sus playas de arenas blancas y doradas, de aguas cálidas y seguras, compiten en belleza, variedad y ofrecimiento. Inmensas hasta que la vista se pierde o rodeadas de montañas, permanecen todo el año bañadas de sol y ansiosas por acunar el cuerpo y el alma de quienes acceden, gustosos a tenderse en su orilla o a escudriñarle sus secretos más profundos.